miércoles, 17 de febrero de 2010

EL CHA-CA-CHA DEL TREN

Probablemente el inconsciente colectivo ha interiorizado la relación entre el tren y el progreso. Las películas americanas han creado esa imagen romántica del monstruo de hierro que en 1830 llevó la civilización a la costa oeste, atravesando llanuras infinitas, al ritmo del cha ca cha del tren. Quizás este hecho explica la afinidad que manifiesta mucha gente en esta isla con respecto al proyecto del tren del norte. Los expertos en “márquetin” del Cabildo han tirado de esa relación inconsciente que pretende guiar las vías por el camino del progreso y han aderezado esta idea con demagogia interesada. Basta con consultar los múltiples artículos que brotan en la prensa, como flores en primavera, para obtener infinitos argumentos que justifican la negación de este macro proyecto que amenaza con desfigurar la cara norte de la isla, como una cicatriz gigante que marcará su rostro de forma perenne. No será necesario recordar que una isla que vive fundamentalmente de vender su imagen a los ojos de los turistas, no se debe permitir el lujo de cambiar el paisaje natural de belleza endémica, por estructuras metálicas que ya contaminan suficientemente el entorno de procedencia de aquellos que nos visitan. Pero al margen de esta evidencia, el gran argumento en contra del monstruo guiado se resume en la sabiduría popular que se expresa en los refranes. Afirmar que el proyecto se justifica por las colas que adornan la TF-5 de multitud de colores en razón de las carrocerías de los coches, es como “el que tiene tos y se rasca… la cabeza”. Sólo que supone rascarse con uñas de acero, que dejarán heridas abiertas en el cráneo de nuestra tierra. El sentido común que parece ausentarse, misteriosamente, de los sesos de los políticos, indica que si la isla se inclina a primera hora de la mañana, como un barco cuando hunde su proa en el mar, haciendo que todos los vehículos rueden por la gravedad, hacia Santa Cruz, sería buena idea contrapesar la isla. Es decir, descentralizar la capital. Repartir instituciones por los pueblos, o invertir decididamente en hospitales que tengan una funcionalidad total y no sean ambulatorios hermosos, pero sin categoría suficiente para evitar la peregrinación en masa a la zona masificada. Por el contrario, se pretende invertir una cifra sangrante en un proyecto que se cae ante cualquier análisis mínimamente riguroso. Para empezar contradice al PIOT que apuesta por el respeto por el medio ambiente y la priorización de un uso más adecuado de las infraestructuras existentes, frente a la ejecución de nuevas obras. El coste económico se reduce a la mitad si se cumple esta premisa y se apuesta por la guagua, en lugar de dejarla morir, interesadamente, como medio de transporte eficiente; la población en la zona de medianías del Norte se encuentra diseminada en función de una forma de vida característica, que ahora se pone en riesgo y que dificulta claramente el posible uso del tren, puesto que plantea peros, por la dificultad de acceso, que desincentiva a los posibles usuarios; las afecciones a la propiedad privada son descomunales, por más que tomándonos por inmaduros mentales (metáfora de tontos), los defensores profesionales del tren, pinten un panorama tan gratificante que casi despierta el deseo de que se tiren las casas. Sin mencionar cómo se restauran los intereses de las empresas que tienen una posición estratégica al borde de la autopista, me pregunto cómo se gratifica a la familia que tiene que recoger su vida en maletas, para trasplantarla a dios sabe dónde. ¿A cuánto se paga el metro cuadrado de arraigo a la casa de toda la vida?
Las paradojas no cesan en lo expuesto hasta el momento. Sería gracioso de no ser tan penoso. Los diferentes alcaldes de los municipios afectados, apoyan en su mayoría el proyecto. Sin embargo no están dispuestos a pagar el precio que se pueden cobrar, en forma de votos, los directamente afectados. Por ello, cada mandatario asoma la cabeza en el límite de su municipio y levantando la mano, solicita al técnico del Cabildo que realiza el trazado, que se detenga. Luego le susurra al oído: “en mi municipio usted me soterra al bicho eh…” el fenómeno se repite con cada alcalde, de tal manera que el proyecto ya se conoce como el “metro del norte”. Todos apoyan la “maravillosa” idea, pero nadie quiere el coste electoral. No obstante esta forma lamentable de practicar la política no es lo peor de la praxis. Lo verdaderamente dañino para el funcionamiento democrático, tan cacareado cuando interesa, es la política de hechos consumados. Es cierto que no es necesaria una consulta popular para poner una calle en el País Vasco, en honor de Induráin. Pero las políticas que suponen proyectos faraónicos que afectarán la forma de vida de muchas generaciones, exigen que los políticos se acerquen a la calle con el mismo entusiasmo con que lo hacen cuando se aproximan las citas electorales. Este proyecto y cualquier otro de magnitud semejante exige un procedimiento distinto. Aplicado al caso que nos ocupa no se entiende que no se comenzara con un estudio sociológico serio sobre la movilidad en la isla. Hacia dónde se mueve la gente, en qué tramo horario y por qué. Una vez detectada la naturaleza del problema fundada en una base científica sólida y seria, el siguiente paso sería abrir un debate sobre la mejor solución. Dicho de otra manera: diagnóstico y tratamiento. El procedimiento seguido por el Cabildo dista mucho de esta praxis. Se ha impuesto directamente la “solución” del tren, sin diagnóstico y debate del tratamiento. Esta forma de actuar crea sospechas entre quienes creemos que si piensas mal, acertarás. Cabría considerar que los productores del “medicamento” sobre raíles, tienen especial interés en vendernos su producto aunque no sea, ni de lejos, la solución a la enfermedad de los atascos. Todo apunta que hay quien escucha en el compás del cha ca cha del tren, el canto agudo y triste del euro.
MOISÉS GLEZ. MIRANDA

No hay comentarios:

Publicar un comentario